Imagina dejar toda tu vida atrás para embarcarte en la búsqueda de un mejor futuro. Es un acto de gran valentía, y hay innumerables historias de sueños y arduos viajes que impulsaron a los migrantes a seguir adelante.
Una de esas historias es la de Antonio, un joven que decidió perseguir el sueño americano. Su primo lo animó a abandonar Pereira (Colombia), su tierra natal, asegurándole que encontrar trabajo en Estados Unidos sería mucho más fácil.
Antonio no tenía idea de que la realidad sería muy distinta. Enfrentó desafíos e incertidumbres, pero su persistencia le permitió mantener la esperanza de un futuro mejor.
Cuando Antonio llegó a Miami (Florida, Estados Unidos), se encontró con un entorno completamente diferente al que había imaginado. Notó un contraste evidente entre las tradiciones, las culturas y los idiomas de su tierra natal y los del país al que había llegado. A pesar de esto, decidió adaptarse a su nueva realidad sin renunciar a su herencia cultural.
Sin embargo, nada fue fácil. Debido a la falta de permisos de trabajo, Antonio se vio obligado a realizar empleos informales y temporales mientras esperaba que el proceso de obtención de dichos permisos se completara, lo cual tomaría varios meses.
Durante ese período, Antonio vivía con el temor constante de ser descubierto por las autoridades migratorias y ser deportado. Cada vez que salía, trataba de pasar desapercibido y se ponía nervioso al acercarse a la presencia de la policía.
Debido a su situación, decidió emprender su propio negocio: vender arepas. Creció viendo a su madre preparar este platillo casi a diario, por lo que conocía la receta de memoria. Optó por la gastronomía al notar que en su área no había muchos lugares que ofrecieran comida casera.
Antonio conoció a muchas personas en situaciones similares a la suya y escuchó sus diversos testimonios. Con el tiempo, llegaron más inmigrantes a su área, y los residentes locales comenzaron a abrir sus corazones y mentes para comprender las historias y luchas de los recién llegados. La comunidad empezó a unirse para integrar a los nuevos habitantes y apoyarse mutuamente.
Gradualmente, la sociedad reconoció que la diversidad era una fortaleza que debía celebrarse. Festivales, eventos e intercambios culturales se convirtieron en oportunidades para compartir tradiciones y experiencias. El negocio de Antonio prosperó al ofrecer un producto único y de alta calidad. Comenzó vendiendo en un carrito de comidas y, con esfuerzo y dedicación, obtuvo sus permisos y abrió su propio restaurante un año después. Utilizó su establecimiento para emplear a otros inmigrantes que llegaban a su área.
Hoy en día, Antonio es propietario de tres restaurantes en su región y ha fundado un centro de apoyo para inmigrantes, donde ayuda a facilitar la obtención de permisos y a establecerse en el país de manera más rápida.
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